Historias desde casa III
Cuatro paredes y un cerrojo
He vuelto a abrir este pequeño espacio unos cuatro meses de intentar retomarlo. Salta a la vista, sin éxito alguno. ¿Será esta la ocasión definitiva?
He vuelto a abrir este pequeño espacio unos cuatro meses de intentar retomarlo. Salta a la vista, sin éxito alguno. ¿Será esta la ocasión definitiva? Me quiero volver a abrir un espacio puramente personal para dejar anotaciones. Y me gustaría tomar carrerilla con esta retahíla de palabras: nueva web, viejo blog. Tu puedes, va.
Las dos primeras historias, estas historias desde casa, eran de cuando no existía algo que los científicos han bautizado como Covid-19. La tercera, en un salto temporal de cuatro meses largos, llega realmente desde casa, no lo que antes quería transmitir con mi título. Casa era, entonces, mi lugar de nacimiento, desde Barcelona hasta el resto de la península, que en definitiva identifico indiferentemente como mi hogar, mi casa.
Las vistas de la terraza en mi piso en Barcelona han sido toda una escapatoria al confinamiento de más de 60 días, y no sé que hubiera hecho sin ellas.
Ahora, claro, con el confinamiento. Un mes que llevo aquí dentro, mi casa tiene un sentido más concreto, reducido. Son cuatro paredes y un cerrojo que me aíslan del mundo exterior, que nos han prohibido por razones de salud pública. He tardado un mes en escribir algo que no sea trabajo, más allá de una carta muy personal que tampoco viene a cuento. Vivo en una de esas distopías que tanto disfruto con la vista y el tacto, cuando abro alguno de los libros de la estantería, soy protagonista, tanto como el resto de la humanidad en todo el mundo. Sabía muy bien que era posible, estaba cantando si uno revisa el pasado, nuestra historia repleta de eventos más o menos inesperados. Pero somos humanos, así que pecamos de lo nuestro. Hasta que no nos ha llegado, no nos hemos dado por enterados. ¿Quién me asegura que no nos leeremos dentro de un año?